De 78 milímetros a dilatación completa. Mi relato de parto.

Decir “he tenido un parto maravilloso” suele generar expectativa… porque asociamos el parto al dolor y al sufrimiento. Tenemos miedo a parir, vamos pensando en todo lo que nos puede pasar y no en lo que nosotras somos capaces de hacer.

Obvio que no todos los partos son iguales, y que la medicalización y la realidad del parto es muy diversa. Vamos, que no todos los partos son estupendos. No quiero ser naif cuando se habla de que todos los partos deberían ser genial y por tanto dañina con otras mujeres que han tenido malas experiencias.

Cuando empecé a leer sobre el parto (principalmente el libro de Parir de Ibone Olza), me di cuenta que en mi parto quería dos cosas: tiempo, para que no hubiera que forzar nada, y poder sentir el dolor, para poder actuar y moverme, para poder así acortar el tiempo de parto. Esto no es una apología del dolor por el dolor… os aseguro que soy la primera que cree que no se debe vivir con dolor. Pero también creo que el dolor avisa, y en el caso de los partos tiene una función muy clara.

Por eso busqué equipos médicos de baja intervención, y decidí dar a luz en el Hospital Nuevo Belén con el equipo de entuparto donde sabía que iban a respetar y apoyar mi deseo de dar a luz sin epidural, pero también me ayudarían a aliviar el dolor médicamente si así lo decidía.

Por cierto, he de decir que fue muy difícil contar con apoyo social de cara a querer parir sin anestesia y había muchos comentarios del tipo “te va a doler mucho” y “no vas a poder”. En mi caso pude, dolió, pero compensó ampliamente como veréis en mi relato de parto.

Parir en mitad de la tormenta

Y en mi caso puedo decir que fue literal. El viernes por la tarde, cuando comenzó la gran tormenta, sentí que había podido fisurar la bolsa y, como si de una película se tratase, nos fuimos al hospital con las carreteras medio colapsadas.

Llegar no fue sencillo. Nos acabó escoltando una ambulancia, la policía y tuvimos que dejar el coche en una salida de la M30 para que un coche con tracción nos llevara al hospital. Cuando llegué a urgencias parecía que la bolsa no se había roto, pero nos ingresaron esa noche.

A la mañana siguiente dudamos sobre si la bolsa estaba rota (el test salía dudoso) pero el trabajo de parto había empezado. Eso sí, todavía tardé dos días más en empezar en serio, así que nos quedamos en un hotel cerca ya que volver a casa era imposible. Y menos mal.

Posiblemente todo empezó en este hotel

Era cerca de medio día y yo intentaba descansar un poco tras una noche de insomnio (algo que entiendo totalmente después del estrés acumulado). Ya habíamos decidido quedarnos en el hotel una noche más, aunque no parecía necesario ya que el parto no era inminente, pero volver a casa era una misión imposible.

En ese momento, tranquila en la cama, empezaron las primeras contracciones dolorosas. Para poder hablar con Víctor de esto y explicarle cómo eran le dije que había por ahora tres niveles: la uno era tensión de tripa, la dos molestia y la tres dolor del no poder hablar. Estas contracciones eran dos y empezaron poco a poco a ser regulares cada 5 minutos. Hablé con la matrona y me dijo que no fuese hasta que no fueran cada 2-3 minutos.

Podía moverme y estirar la columna en sillas y mesas. Pude comer una crema con mucha calma (no tenía más hambre) y levantándome cada rato. Veíamos la serie Gambito de dama en la cama y yo, que ya la había visto, daba vueltas por la habitación.

El dolor subió y decidí bañarme. Eso me dejó descansar pero me bajó el ritmo de las contracciones y por un momento tuve miedo de haber vuelto a la casilla de salida.

Poco después volvieron de golpe, cada tres minutos y muy dolorosas. Mi cuerpo empezó a tiritar y, aún sabiendo que era pronto, no quise tener problemas para ir al hospital por el hielo y el kilómetro que nos separaba. Era cerca de media noche.

Llegamos al hospital con 2cm de dilatación y 70% del cuello borrado. No estaba de parto, pero mi dolor era real y el cansancio, tras 12h de pródromos, un problema para continuar. En esa primera exploración con Elena, mi matrona, nos dimos cuenta de que necesitaba descansar y que la rotura de bolsa sería importante para desencadenar el trabajo de parto.

El objetivo era reducir la intervención y evitar la epidural, así que me tomé un calmante (no voy a dar detalles médicos sobre qué calmante era, solo diré que me permitía tener las contracciones, sentir su dolor, pero afrontarlas con más calma). Así estuve unas cinco horas en las que, en otro estado distinto, arranqué el parto.

A las 5 am había borrado el cuello y tenía 4cm de dilatación así que tras una exploración, fuimos bajando al paritorio y a las 6 am decidimos romper la bolsa y mi cuerpo entró en un estado de semi inconsciencia. Entre lo humano y lo animal. Sentía dolores exagerados, pero desaparecieron los relojes, la conversación y los planes de parto. De hecho muchas partes del parto son recuerdos borrosos para mi.

Me recomendaron andar para que el bebé bajase y entre dolores lo intente. También me duché, y Víctor me iba dando con el chorro de agua en puntos clave. Ahí desconecte de todo. Me mantenía de pie por los pelos, confié en mi cuerpo y las contracciones dolían de una manera distinta. Yo me repetía como un mantra “tú controlas el dolor, el dolor no te controla a ti”.

En esa ducha, y según me dice Víctor, yo fui pendulando entre las piernas y moviendo la pelvis. No recuerdo nada de eso, solo recuerdo moverme para evitar el dolor… supongo que ahí está la clave, en que el temido dolor nos ayuda a parir, a hacerlo de manera natural, a colocar y bajar un bebé por nuestro cuerpo.

Cuando las fuerzas me fallaron me salí de la ducha, me pusieron un albornoz y me tumbé en la cama de lado. Ahí, sin saber por qué, empecé a pujar de manera innata y avisé a la matrona. No hubo más exploraciones para mi, o no que yo recuerde. Solo sé que me dijeron, si quieres pujar es que es el momento.

Apareció la ginecóloga y de lado iba pujando. Cuando lo sentía y entre gritos animales. En un momento me giraron para que la gravedad me ayudase y sentí mucho miedo… miedo a romperme en dos, a una fuerza desconocida a seguir un instinto brutal que me destrozaría por dentro. Pero eso es dar la vida, romperte en dos para que otro ser venga.

Esta última parte de expulsivo lo conseguí por los ánimos, por los “no tengas miedo”, por los consejos. También por saber que ese punto era crucial para que mi bebé saliese bien y no sufriese. Me dieron glucosa por la vía, el dolor era distinto, no de contracciones, sino de fuerza y escozor al salir la cabeza. Rechacé espejos o tocar la cabeza, necesitaba acabar y pujar con fuerza. Por mi cabeza pasaron mil y una mujeres con sus mil y una historias. Recordé lo que era el círculo de fuego, lo que había leído sobre partos y no supuse que ese último largo empujón sería el último. Lo que sí sabía, es que yo no podía más.

Escuché un aquí está, a la vez que me encontraba abrazando mi bebé cubierto de vertix mientras lloraba a pleno pulmón. Sé que a partir de ahí alumbré la placenta, me cosieron un punto, y me masajearon el útero. Dolía. Pero daba igual. Tenía a Gabriel entre mis brazos.

Sé que este parto es el de una mujer afortunada y que no todas han tenido esa suerte. Sé que la medicina está para salvar vidas y que las cesáreas y las intervenciones en los partos son necesarias para salvar vidas. También sé que en ocasiones son innecesarias.

En este relato solo busco visibilizar que, en muchos casos, sí hay otro parto distinto. Que se puede. Que podemos.

Categories Maternidad

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